… tuve una visión. Soñé que estaba en el fondo del mar y encontraba una ostra gigante de la que salían perlas a centenares. Pero cuando intentaba cogerlas, a la concha le salían dientes y me tragaba el brazo. —El pasillo dibujó otra curva, y Monozuki ayudó a la abuela por un corto tramo de escalones—. Dos días después el tiempo mejoró y cuando vi a las pescadoras de perlas les pedí que me dejasen ir con ellas para ayudarlas.
Unos puntos de luz en el corredor la distrajeron, hasta que advirtió que eran claraboyas abiertas al exterior.
—El mar estaba tan tranquilo que se podía ver el fondo. Al llegar al acantilado del Guerrero Fantasma, Yukio y Chikako nos hicieron señas para que nos acercásemos, y señalaron algo que se veía entre el coral. Era una ostra blanca, muy grande, y alrededor había muchísimas bolitas que brillaban. Todas se pusieron contentísimas y empezaron a prepararse para lanzarse al agua. Yukio estaba muy feliz y dijo que iba a hacerse un collar para su ajuar. —Monozuki levantó el dedo y echó los hombros hacia atrás—. Pero yo les dije que no lo hicieran, que corrían peligro. Me peleé con Yukio. Le tiré del pelo para que no saltara. Hasta discutí con Chikako.
—¿Y qué pasó al final?
—Chikako dijo que iría ella, porque es la mayor. Se llevó un arpón y una red. Yo cogí otro y vigilé desde la barca. No se veía nada raro, pero tenía miedo. Y cuando Chikako se acercó, las valvas se abrieron ¡y salió un tiburón! Era uno pequeño, pero podía haber mordido a las demás.
—¿Y las perlas?
—No eran perlas, sino huevas de cangrejo gigante. Pero también había muchas ostras por allí, y entre todas encontramos quince perlas —explicó Monozuki, sonriendo.