Un perro rabioso

Atenazado por la depresión, miro a mi alrededor para constatar no sin asombro que el mundo sigue funcionando como de costumbre. El desfase entre el mundo exterior y el interior se recrudece durante la enfermedad. Quiero que la realidad deje de girar, pero sé que es imposible.

Sí hay un remedio para la depresión, solo que no es exactamente el que concebiríamos. No es un medicamento específico, aunque por supuesto que los medicamentos auxilian siempre que sean controlados de cerca por un especialista. Se trata de una mezcla de cuidado profesional, ayuda y cariño de nuestros seres queridos, y sobre todo comprensión. Para vencer la enfermedad es imprescindible comprenderla y comprendernos a nosotros mismos como enfermos. Esto no implica hacernos aliados del perro, sino más bien estudiar su comportamiento para averiguar los motivos por los que nos ataca y evitar sus dentelladas, que pueden alejarse para luego regresar. Advierte con razón Wi­l­liam Styron: “La depresión posee el hábito del retorno”.

La narrativa psicoanalítica no proporciona respuestas como originalmente pensaba. Lo que ofrece son herramientas para encontrar con mayor presteza las preguntas que debemos formular para comprendernos aunque sea un poco mejor. Cuestionarnos lleva a descifrarnos

Nada ha terminado. Solo comienza algo. Además, ¿no crees que el final de algo es el comienzo de otra cosa

Grandes ciudades como la de México, donde vivo desde hace más años de los que quisiera, son incubadoras ideales para la depresión. La despersonalización, el exhaustivo tráfago cotidiano y la soledad que produce la sobrepoblación son factores que contribuyen a la enfermedad

Somos más fuertes en los lugares en los que nos hemos roto

No puedes alejarte de ti moviéndote de un lugar a otro

Hay ocasiones en que gracias a los medicamentos la ansiedad remite y pasa a un segundo plano hasta convertirse en una especie de estática o ruido de fondo que resulta tolerable

Cuántas carencias quise ocultar tras esta abundancia exclusivamente química

Recuerdo una imagen del japonés Haruki Murakami, otro de mis autores contemporáneos de cabecera. Uno de sus personajes dice que conocer al otro que está a nuestro lado equivale a entrar en una enorme estancia en tinieblas con un encendedor en la mano. Lo que alcanza a iluminar la llama es lo que identificamos de la pareja: el resto queda sumido en la sombra.