El oficial de guardia levanta el extremo de la tabla, Gúsiev se desliza por ella, cae de cabeza, luego da una vuelta en el aire y ¡paf! La espuma lo envuelve; por un instante parece cubierto de encajes, pero al cabo de un momento el cadáver desaparece entre las olas.
Se hunde rápidamente. ¿Alcanzará el fondo? Dicen que hay una profundidad de cuatro verstas. Cuando ha recorrido ocho o diez sazhens, el cuerpo ralentiza su caída, se balancea rítmicamente, como si vacilara y, arrastrado por la corriente, se desplaza más deprisa de lo que se hunde.
Pero de pronto se topa en su camino con un banco de peces de los llamados pilotos. Al ver un cuerpo oscuro, los peces se detienen, como petrificados, y al punto se dan la vuelta todos a una y desaparecen. No ha pasado ni un minuto cuando, rápidos como flechas, se lanzan de nuevo sobre Gúsiev y empiezan a zigzaguear a su alrededor…
Después aparece otro cuerpo oscuro. Es un tiburón. Con aire altanero y displicente, como si no hubiera reparado en Gúsiev, pasa por debajo del cadáver, que cae sobre su lomo; luego el escualo se da la vuelta y, con la panza hacia arriba, retoza en el agua tibia y transparente, abriendo con languidez su mandíbula con dos hileras de dientes. Los pilotos están embelesados; se detienen y contemplan la escena. Tras jugar con el cadáver, el tiburón acerca con desgana las fauces, roza cuidadosamente con los dientes la parte inferior, y la lona se desgarra a lo largo de todo el cuerpo, de la cabeza a los pies; una de las barras cae, asustando a los pilotos, golpea al tiburón en un costado y se hunde rápidamente.
Durante ese tiempo, en la superficie, del lado de poniente, se amontonan las nubes; una de ellas parece un arco de triunfo, otra un león, una tercera unas tijeras… Por detrás de las nubes surge un ancho rayo verde que se extiende hasta la mitad del cielo; poco después aparece a su lado uno violeta, a continuación uno dorado, luego uno rosa… El cielo se vuelve de un lila suave. Al contemplar ese cielo espléndido y fascinante, el océano empieza a ensombrecerse, pero pronto adquiere unos colores delicados, alegres, apasionados, que apenas encuentran definición en el lenguaje de los hombres.