Más allá, muy cerca tal vez, estaba la población salvadora, en su felicidad de ropa seca y leche caliente. Pero entretanto, el fúnebre convoy, cementerio ambulante de criaturas de pecho, quedaba desamparado bajo la lluvia hostil que iba matando en flor, implacablemente, los retoños salvadores de una nueva Bélgica