—Una de las lecciones que aprendí la semana pasada —dice Evan, trayéndome de vuelta al presente—, es que nadie entiende lo que nosotros estamos pasando. La gente piensa que sí, y muchos lo intentan, pero no lo hacen. No de verdad. No pueden, a no ser que hayan perdido a alguien como tú y yo.
La pena que me inunda de pronto es como una marea repentina, intensa y abrumadora. Evan acaba de exponer la razón por la que son tan populares los grupos de duelo. Somos desconocidos en el mismo barco, atrapados en un pozo de dolor. Al menos, consuela saber que no se viaja solo.
—No es solo la pérdida de Will, es… —Hago una pausa, buscando la palabra correcta.
Pero Evan ya lo ha pensado, o su cerebro es más rápido que el mío.
—Es el horror de cómo.