No tanto a la agresividad saludable, aquella que sirve, por ejemplo, para defendernos, sino a la de tipo más destructivo e irracional. Un impulso que puede, según cómo, buscar la aniquilación física, psicológica o moral de los otros, o, incluso, de uno mismo. Es el empuje del que surgen las tendencias a dominar, esclavizar, invadir, dañar y demás perlas de la conducta humana. Se lo suele conocer como instinto de muerte. En una palabra también: odio.