romanticismo francés se establece a la sombra del Terror de 1793. El rey decapitado significa la muerte de Dios; Termidor anuncia el fin de la religión revolucionaria; Bonaparte hace de 1789 una política lírica del individuo que hace la historia. Pero este individuo está solo en el mundo, olvidado por Dios, sacudido por la historia, enfrentado a sí mismo, perdido, angustiado.
Este romanticismo es gótico y católico, contrarrevolucionario y enemigo de las Luces. Está lleno de lágrimas y de ira, de quejas y de tedio, de soledad y de nostalgia, de spleen y de aflicción, de egoísmo y de narcisismo, de meditaciones sobre las ruinas y de miradas perdidas en la vía láctea. Huele a violetas marchitas.