Los Pensamientos de Blaise Pascal (1623–1662) no es un libro póstumo sino, en feliz expresión del mejor y más reciente analista de la obra pascaliana, Michel Le Guern, «los papeles de un muerto», la reunión de las notas y observaciones recogidas por Pascal para escribir un libro que, desde la heterodoxia de la escuela jansenista de Port-Royal, pretendía hacer la apología de la religión cristiana. Lo que se encontró a su muerte apenas consistía en «un montón de pensamientos apartados para una gran obra», según su sobrino, que redactó el prefacio a la primera edición de los Pensamientos, aparecida en 1670. El estado de inacabamiento de la obra y el correr de los siglos parecen haber negado al libro lo que quería ser, una apología religiosa. Bajo ella subyace lo que hoy resulta más actual en Pascal: una visión totalmente nueva del hombre, considerado desde el ascetismo jansenista, que ya habían practicado antes Séneca y sus seguidores, de quienes Pascal recoge, por ejemplo, la idea nuclear de su comprensión de la condición humana: la agitación, la inquietud, que motiva la constante huida del hombre fuera de sí para evitar verse, mirarse en el espejo propio, recapitularse entre los dos cabos y fines de su existencia: «El hombre no es más que una caña, el más débil de los seres creados, pero una caña pensante»… Y eso son los Pensamientos, la apasionada lamentación lírica de una condición humana que sufre.