Cascarón roto

Los amigos y las amigas se difunden en otras vidas paralelas. Yo los espero. Invento los escenarios.

Uno piensa mucho en ellos (por regla aristotélica deben ser pocos: “aquel que tiene muchos amigos, no tiene ningún amigo”), los busca, los admira, se divierte a su lado, los extraña, incluso los cela, aguanta cierta unilateralidad (suele haberla), hasta que algo se disloca y el, la o los amigos se convierten en una obsesión y en una herida.

Las imágenes son icónicas. En los congresos o ferias o festivales literarios algunos intelectuales establecen comunidades inmediatas que interactúan de encuentro en encuentro. Los que llegan tarde a esa inmediatez no necesariamente consiguen integrarse.

Mi mejor amiga iba en ese vuelo, hacia Puerto Vallarta. Ella no cultivaba el miedo; incluso, solía exasperarse con el mío. La imagino en su asiento hojeando una revista y construyendo escenarios en la playa. El apacible océano y sus efectos terapéuticos. Las olas en la noche mientras uno se duerme. La sensación de la arena entre los dedos de los pies. El mar donde yo me cohíbo: por la forma de su contenido, supongo. Mi amiga dejó listas de pendientes pegadas con imanes en la puerta del refrigerador. A mi amiga la recuerdo en un futuro de un pasado. La veo como si yo estuviera en la cola del avión. Ha de ser el vórtice de su tiempo. Fue una muerte instantánea. La caja negra reveló unos cuantos segundos de pánico:

Los aviones trascienden cualquier metafísica sobre los aviones. A fin de cuentas es perfectamente normal que uno salga de su casa una tarde del viernes y llegue a otro país con otro horario y otro clima la noche del sábado o la mañana del domingo. Lo excepcional son las averías, que se rompa la secuencia y se introduzcan los sucedáneos.

Quedarse no asegura nada. Irse al menos deja una estela.

“Todos los accidentes tienden a producirse por una cadena de episodios desafortunados”, concluye el informe.

El desenlace de una vida está en cierne desde su origen.

Uno aprende a interpretar la cronología solo al final.

Al cabo de los años fueron saliendo las cartas, los escasos documentos. Habría convenido quemarlos, pero eso no se hace con la verdad, si uno en el fondo es supersticioso.