La fuerza de la Revolución se había aliado con el miedo a la muerte, el terror a la tortura, con la angustia que atenaza a todo aquel que siente sobre sí el aliento de los campos lejanos.
Antes, cuando los hombres hacían la revolución, sabían que conocerían la cárcel, los trabajos forzados, años de exilio y de vida sin refugio, el patíbulo, tal vez...
Pero lo más inquietante, confuso, desagradable era que la Revolución pagaba a sus fieles, a aquellos que servían a su gran causa, con raciones suplementarias, comidas en el Kremlin, paquetes de víveres, coches particulares, viajes y estancias en Barvija, billetes en coche cama.