Y Via comprendió de golpe, tan de golpe como se encendieron sus mejillas. Todas las bromas, que quizá no habían sido tan bromas. Toda la cercanía. Todo. Era como si durante meses ambos hubieran estado fabricando una cristalera preciosa y, ahora que la luz la atravesaba, pudiera ver de verdad lo magnífica que era, con todos sus colores brillando con más fuerza incluso de lo que había parecido en el momento de hacerse.