Nuestra experiencia pictórica implica de hecho una considerable parte verbal. Jamás vemos los cuadros solos, nuestra visión jamás es pura visión. Escuchamos hablar de las obras, leemos crítica de arte, nuestra mirada está completamente rodeada, completamente preparada por un halo de comentarios, incluso en el caso de la producción más reciente (…). Desde el momento en que nos involucramos, aunque sea mínimamente, con las bellas artes, nos han hablado, nos han mostrado, hemos recibido una invitación, hemos visto los afiches, hojeado y a veces leído un catálogo, hemos ido a ver algo que ya tenía en nuestro espíritu una fuerte determinación, más fuerte aun si acudimos a un museo.