Así el mito fue desvaneciéndose. Así fueron perdiendo cada vez más importancia los signos materiales de un episodio del pasado. Un sepulcro, una ciudad. Volvieron a ser simplemente un sepulcro, una ciudad. Los hombres descubrieron que la luz que una vez les pareció que irradiaba del más allá, irradiaba en realidad de su conciencia, de su voluntad, de sus propias obras. Y así fue como Jerusalén no fue para los hombres más que uno de los muchos hechos de la guerra europea, y así fue como las campanas no sonaron a gloria, ni la multitud se lanzó alegre a las plazas y calles. No fue tanto que Jerusalén fuera liberada como que los hombres fueran liberados de Jerusalén. Porque una libertad fosilizada, materializada, dogmatizada se convierte en esclavitud, y los hombres, permaneciendo indiferentes a la noticia del advenimiento, documentaron su liberación de la esclavitud del mito cristiano, del materialismo cristiano.