tedio que me atormentaba no tenía tampoco nada del vacío causado por la ociosidad. Se manifestaba, por una parte, como una distancia teñida de melancolía que, a mi pesar, yo imponía a la realidad que me rodeaba, y, por otra, como una imposibilidad de interesarme por lo que parecía apasionar a mis congéneres hasta el punto de movilizarlos en cuerpo y alma