Sigue escribiendo hasta las cuatro y, si el asunto no se hubiese agotado, gustosamente continuaría escribiendo hasta las seis. Hacer zalamerías ante sí mismo, coquetear, delante de los objetos inanimados, al cobijo de cualquier mirada indiscreta que le observe, ejercer su tiranía y su despotismo sobre el pequeño hormiguero que el destino ha colocado bajo su autoridad por azar, he ahí la miel y la sal de su vida.