La tensión ciudad grande-ciudad pequeña a veces se traduce en roles más sutiles e hirientes: hombre de mundo-mujer de provincia, forastero sin códigos-guía cínica y local. «Vos no entendés porque no sos de acá», dice mi madre. «Vos no entendés, porque solo viviste acá», responde mi segundo padre. A pesar de que la irrita y hasta la avergüenza la supuesta superioridad porteña de mi segundo padre, en el fondo la tranquiliza estar casada con alguien que no es de la ciudad. Le permite sentirse diferente y, a la vez, defender a conciencia la idiosincrasia local frente a quien no sabe apreciar la alegría sin ambición de la provincia. Cuando mi madre está de buen humor, dice que su trabajo es analizar sistemas impositivos de otros gobiernos para replicarlos en Misiones. Cuando está de mal humor, dice que es ir a reuniones con cuñados de políticos infradotados. No es una mujer a la que le interese tanto «tener razón» (mérito urbano, transitorio) como «hacer las cosas bien» (mérito provinciano, a largo plazo).