Su ausencia se hizo un frío dentro del útero, entró por la muñeca y subió por el brazo con que lo sostenía cuando lo amamantaba. Probé con calor, con agua hirviente, con manzanilla y velas de sebo, con periódico, pero nunca se fue. He pasado cinco años rodeada de niños en la escuela y este dolor en el vientre, sin él, sin ser su madre, sigue ahí. Lo intenté, y cuando pensé que sería bueno para nosotros que llegara otro, el nuestro, comprobé que tu amor sin palabras no me era suficiente y despedí una tras otra las posibilidades de volver a hacer una familia completa, esa que tú me pedías.