Él es un prestigioso cineasta sueco, un hombre obsesionado con el orden, la puntualidad y el control de los sentimientos. Ella es su hija, la menor de nueve hermanos. Cada verano, desde que era una niña, ha visitado a su padre en la remota isla de Fårö. Ahora que ella es una joven escritora y él un anciano, proyectan hacer un libro sobre la vejez que se basa en una serie de conversaciones grabadas. «Envejecer —dice el padre— es un trabajo duro, difícil y muy poco glamuroso.» Y, en efecto, su declive físico y mental, preludio de una muerte cercana, dejará el proyecto a medias.
La escritura de Los inquietos da inicio siete años después, cuando Linn Ullmann reúne el valor para escuchar las cintas que habían quedado arrumbadas en una caja. Ante el carácter elíptico y fragmentario de dicho material, acude a sus recuerdos de infancia y juventud para recrear una de las constelaciones familiares más fascinantes del siglo XX, en cuyo origen está el «amor grande y revolucionario» que unió a sus padres. Intercalando el relato autobiográfico con la transcripción de las grabaciones, Ullmann evoca la relación zigzagueante entre dos artistas absorbidos por el trabajo y una niña que tiene prisa por ser adulta, y se asoma a uno de los grandes misterios de la condición humana: «No se puede saber mucho de la vida de otros, especialmente de los propios padres.»