Este primer libro de Sebastián Miguez Conde es, sin proponérselo, además de una vertiginosa colección de cuentos y microcuentos, un manifiesto contra la almidonada literatura academicista y una rebelión contra las tendencias de moda. Es la voz del Otro en estado puro, la de la verdad de la calle imponiéndose a los regodeos de las bellas letras. Es la voz del pibe de los mandados de un boliche de la Ciudad Vieja, la de un stripper en Buenos Aires, pero también la de una anciana que no soporta la crueldad contra los animales, la de un niño algo desamparado, la de Piedad —que antes se llamaba Plinio— y la de los personajes de fábula que vienen a aliviar, con una delicadeza casi naif, ahí donde las drogas han dejado espacio, a los olvidados narradores de estos cuentos.
La raíz de la furia son diez cuentos sucios, llenos de sustancias y fluidos, sobre todo sangre, sangre que corre para alimentar un organismo vivo, la pulsión original de la literatura. Un libro valiente y feroz, un corazón que late en un puño.