Y de repente, estando allí con Peppino, me empecé a acordar de Miguel y me dio por llorar, y pensé que no hay manera de que esté contenta mucho tiempo seguido y que nunca habrá manera, porque siempre pienso y recuerdo demasiadas cosas. Y Peppino se creyó que lloraba porque me había echado la ricitos, y me consoló a su manera, se puso a imitar el maullido de un gato, que le sale muy propio.