Ante la negativa de mi padre y las lágrimas de mi mamá –que eran de verdad conmovedoras, si lo eran para nosotros, que la veíamos llorar todos los días, no puedo imaginarme lo que sentirían mis tíos–, la comitiva pasó de las palabras a la acción. Sujetaron entre todos a mi papá para arrastrarlo afuera de la casa. Aristóteles gritaba déjenlo, déjenlo, y a todos nos entró un susto tan grande que sólo pudimos canalizar llorando a gritos.