La Ópera. Una historia social

de éxito era tratada como se hacía con algún célebre músico de jazz en la Norteamérica de entreguerras: era admirado por los estamentos más altos de la sociedad, pero excluido de una aceptación total

A principios del siglo XX, Nellie Melba fue la principal destinataria de los brindis en todas las mansiones aristocráticas de Londres. Pero, a fin de cuentas, la Melba era una simple artista y nunca se encontraba en igualdad de condiciones con sus anfitriones, un hecho dolorosamente atestiguado por las frecuentes menciones de determinados nombres que aparecen en su biografía

Otto Klemperer, se presentaron las producciones operísticas más innovadoras e influyentes del siglo XX

El desempleo creció y, con él, el descontento social. En 1931, los subsidios para el teatro se habían hundido hasta unos niveles que eran escasamente la mitad de los de 1928, mientras que las premières de óperas nuevas habían descendido de sesenta a veintiocho

la edad de cincuenta y un años, de Gustav Stresemann, canciller (y ministro de Asuntos Exteriores) de Alemania

Comunismo flagrante, tronaron otros. Y lo peor de todo era que aquella ópera había sido financiada por el Estado prusiano

en lugar de un gran barco, era una serie de estructuras simples, cuyos agudos contrastes entre luces y sombras se asemejaban a los de las películas expresionistas más provocativas, mientras que las arquetípicas figuras míticas a las que el público estaba acostumbrado a ver habían sido reemplazadas por un grupo de marineros normales y corrientes y unas cuantas muchachas que reparaban redes de pesca

En enero de 1929, el Kroll decidió acometer la ópera El holandés errante, de Wagner

particularmente asistir a producciones de vanguardia de sus óperas favoritas de siempre

eran producciones naturalistas y un repertorio más conocido