Aunque a un hijo pueda desagradarle su padre que le critica, le amedrenta y descarga su ira sobre él, lo que sucede es que acaba odiando todavía más ese sentimiento de debilidad, incompetencia, temor, impotencia y humillación. Llega a odiar su propia vulnerabilidad por ser el blanco de la crítica punitiva y de la ira de su padre. Lo mal que se ha sentido y la idea de “maldad” se mezclan, confusión que la cultura patriarcal refuerza equiparando la conciencia de la vulnerabilidad a la debilidad, la cobardía y el no “tener agallas”.