Federico Gamboa, dio en la Librería General de la ciudad de México una conferencia sobre la novela mexicana, y en ella habló de Inclán y de su novela “de larguísimo título”. Aunque le pareció “cansada y difusa”, la halló serlo menos que El Periquillo, y haciendo a un lado, o dando por descontado, su interés lexicológico, reparó en su vívido y esencial mexicanismo: en su alarde
de un localismo agresivo y soberano, que ensancha hasta lo trascendental y realza hasta la hermosura sus cualidades y primores. Por sus páginas, congestionadas de colorido y de la cruda luz de nuestro sol indígena, palpita la vida nuestra, nuestras cosas y nuestras gentes; el amo y el peón, el pulcro y el bárbaro, el educado y el instintivo; se vislumbra el gran cuadro nacional, el que nos pertenece e idolatramos; el que contemplaron nuestros padres y, Dios mediante, contemplarán nuestros hijos; el que nosotros hemos visto desde la cuna, el que vemos hoy, el que quizá seguiremos viendo de más allá de la tumba y de la muerte… los personajes que por entre sus renglones discurren no pueden sernos más allegados, hablan y piensan y obran a la par nuestra… sus moradas nos son simpáticas, y los caminos que andan y los pueblos que habitan; palpamos que son nuestros hermanos, nosotros mismos, tal vez, que sin previa licencia, de letras de molde nos pergeñaron…