¿Podría esgrimirse alguna excepcional razón por la cual la, digamos, arquitectura de la vida doméstica debiera sustraerse a la lógica de una transformación que la adapte al medio urbano y social, mutable y constantemente renovado, en que se ejerce? Vivir conforme a la tradición, respetarla, es continuar la gran tradición de nuestros antepasados, que vivieron plenamente su tiempo: que no necesitaron caballerizas, sino canoas, en Tenochtitlan; ni canoas, sino cocheras, en el XIX; es abandonar los velones por los quinqués, y a su tiempo, los quinqués por los focos incandescentes, y la crinolina cuando ya no se puede meter en los aviones, y las mesas de estorbo llenas de bibelots, y los aparadores colmados de loza en el comedor, y los cientos de macetas y jaulas, cuando ya no hay quien las limpie y sacuda, y riegue, y alimente, y lave, y enseñe a cantar, todos los días; y las colchas tejidas a mano, cuando las muchachas ya no se quedan en casa a languidecer su soltería, sino que ganan buenos sueldos en la oficina; y la sala llena de ajuares de medallón, cuando las amistades en realidad prefieren que nos reunamos en el bar para ir al cine y a cenar por el Centro; y el jardín privado que cuesta tantísimo trabajo mantener verde con esto de que no hay jardineros ni bastante agua, cuando realmente Chapultepec es más bonito, y nada cuesta…