Sombras rusas

—Lo queríamos hacer mejor, pero así están las cosas*.

Pero en Rusia todo es diferente, hasta una escalera. Una escalera en Rusia es un llamado de atención, una imposición de humildad ante un orden superior, la lección obligada que el ciudadano debe aprender, aprobar e incorporar frente al sistema impuesto. Y si bien es cierto que el muro de Berlín cayó, la Unión Soviética se derrumbó y la cortina de acero se corrió hacia un costado, aún persiste en Rusia uno de los símbolos más sutiles del sistema: las escaleras.

Queríamos hacerlo mejor, pero resultó como siempre”; frase tradicional rusa que expresa que uno es incapaz de cambiar el destino.

Observo cómo mi pie ocupa una mínima parte del escalón y es en ese momento cuando me doy cuenta de la estrategia oculta de ésta y de todas las escaleras en Rusia: la pedada es mucho más profunda que en las escaleras ‘normales’, lo suficientemente profunda como para que el pie de un héroe soviético número 56 entre cómodamente en ella. En cambio la alzada –también llamada ‘contrahuella’- es mínima.

Alba Azucena llegó a la Unión Soviética con una delegación de su país para estudiar por un año. Estudió Literatura en la Universidad de Lomonosov de Moscú. Aprovechaba las clases de Marxismo-Leninismo para escribir poemas. Se enamoró de un ruso y se fue quedando. Hace quince años que vive en Rusia. Habla ruso a la perfección y tiene un hijo de once años.

—No es nada lindo vivir en Rusia.
—Lo que no es lindo puede ser interesante –le digo.
—¡Eso sí! ¡En eso tengo que darle toda la razón! ¡Rusia es muuuy interesante!

“¿Y a vos quién te dijo que hay que ser feliz en la vida?”.

O del avance de la NATO en Europa del Este.

Entonces cometo el segundo –o el tercero, o el cuarto– error del día:
—Okey. Su marido es experto en misiles. Pero usted ¿qué hace?
Nunca hay que preguntarle a la mujer de un diplomático qué hace.

El Arbat es una de las pocas calles donde se puede apreciar la escala de la antigua Moscú. Las casas pintadas con colores pastel amarillos, ocres, rosas y celestes están restauradas, son de dos pisos y recuerdan que también hubo una historia antes de Stalin. Paralelo al viejo Arbat corre el Novi Arbat, la escenografía de edificios de veinte pisos de fachadas de vidrios que en días de celebraciones se prendían y apagaban con letras de luces que formaban las siglas de la URSS.