«Perdóname, padre —le dije al encontrarnos—, me has educado en la fe en los ideales comunistas, pero basta ver una vez cómo los hasta hace nada escolares soviéticos a los que mamá y tú dabais clase (mis padres fueron maestros de aldea) matan en tierra ajena a personas desconocidas para que todas tus palabras se transformen en polvo. Somos asesinos, papá, ¿lo entiendes?». Mi padre se echó a llorar.