Y es que las plantas, dicho en pocas palabras, no resisten. Sencillamente se rinden ante la realidad de que son delicadas, de que el viento puede hacer con ellas lo que le venga en gana: traspasarlas, jugar con ellas y con sus hojas, abrirse camino entre sus ramas, y asimismo traer consigo el ladrido de un perro alborotado para hacerlo llegar a todas partes.