Desgraciadamente, nuestros osos no solo huelen a esclavo, sino que tienen mentalidad de esclavos. Se han pasado veinte o treinta años acostumbrados a que alguien pensara por ellos, les proporcionara una ocupación, les dijera qué tenían que hacer, qué comer y dónde dormir. No era una vida ideal para un oso, pero no conocían otra.