Me gustó mucho la forma en que escribe Lilián López Camberos. Hay un par de cuentos que me impactaron mucho, por las imágenes, por la forma en que las palabras fueron seleccionadas para fotografiarlas. La disfruté mucho y ya es una de mis nuevas escritoras favoritas.
Los 6 cuentos de largo aliento de Quisiera quedarme quieta son de fábrica intangible y onírica, justo como las nubes y los orgamos descritos acá:
"Los orgasmos oníricos son más lentos. Diferentes. Una gota que cae sobre un pozo a una gran altura, que punza el agua con un círculo perfecto."
"Los sueños tienen una propiedad inasible. Son de la materia de la que imagino son las nubes: al tocarlas se deshacen."
La mayor fuerza de esta colección, me parece, está en su creación de atmósferas, en la fuerza poética de su prosa, y en la nostalgia desamparada de sus argumentos.
Por un lado, en 'Este adiós no maquilla un hasta luego', una mochilera lejos de casa conoce a un chileno que no sabe si odiar o amar, en 'Sexo en la playa' unas amigas distanciadas conocen a una pareja de alemanes que pretenden algo, y en 'Diario de Ámsterdam' una periodista llega a la ciudad gracias a Booking.com y describe su viaje, aderezando reflexiones sobre la vida de Ana Frank.
Lo que más destaco es su capacidad de remetirte a un lugar, de crear espacios narrativos:
"De nuevo la playa, de nuevo las dos solas. Aquello que no los involucra es un guion alargado, carece de contornos. Bebidas de colores que llevaban en la piragua en grupos de cuatro o seis. El agua, la orilla, las olas traicioneras, sin bikini o con él; el aroma a bronceador de coco, a marihuana fumada, a sal de mar. La luz tamizada del cielo con sus nubes y remolinos. Azulado todo. Y después un cielo sin sol, que fue perdiendo su color."
Y sobre todo, de la playa: "Los sonidos de la marejada, por la noche, llegaban hasta los palafitos, hacían temblar las estacas, erizaban los lomos de los caimanes."
La soledad, la añoranza por el hogar, el sobrecogimiento ante la vastedad del mundo, el desamor y el desamparo de un rompimiento amoroso, la emoción y extrañeza de viajar: estos son temas recurrentes. Aunque también lo es el sentimiento de que la trama vagabundea, que no sabemos nada de las protagonistas ni de qué hacen o por qué hasta ya bien avanzado el cuento... cuando ya no tengo interés.
Si bien es cierto que esta cualidad críptica de los cuentos redirige la atención hacia el lenguaje per se, y que cuestiona la necesidad de que cada oración sea parte de un todo a fin de transfigurar la experiencia lectora, no termina de cuajar la apuesta experimental, en mi opinión. Echo en falta algún hilo conductor, algún Norte al cual mirar. Me sentía caminando a tumbos en la oscuridad.
Y, aparte, no ayuda que todas las protagonistas estén mega disociadas y soñando y formulando la teoría del todo en cada cuento.
A su vez, deseé más claridad de la ambientación, mejor ritmo, una debida presentación de las tramas. Estos cuentos son retazos de anécdotas que a veces no suceden cronológicamente, reflexiones y epifanías nocturnas, viajes cuya memoria se va diluyendo y una protagonista que no va a ningún lado. Cada cuento es la penúltima escena de un sueño, ya difuminada al despertar.
La verdad, me sentí desorientada en esta lectura. No encontré tensión narrativa que me impulsara a seguir leyendo, que generara incógnitas atractivas.
Eso no le resta el poder a múltiples párrafos de inmensa belleza, que te sacuden hasta desperezarte del trance en el que te ha puesto el cuento, tal como:
"Cuando era niña me gustaba la oscuridad. La imaginaba de intuiciones, de movimientos inaccesibles para los ojos, convencida de que en el engaño y la ignorancia había mayor espacio para la fantasía. Yo tenía mitologías privadas, típicamente infantiles, que me avergonzaban y no compartía con nadie. Creía que las luciérnagas eran hadas que aparecían solo de noche, que las muñecas abrían los ojos mientras yo dormía, y que en una porción microscópica del jardín de mi madre vivía una colonia de seres, duendes o algo parecido, que nos perdían las cosas y maltrataban a sus plantas y disfrutaban con espantarnos. Mis gatos, en aquel edén, eran reyes salvajes."
Buenazo