Primera sangre

El dueño y la dueña de la casa estaban sentados al final de una larga mesa, rodeados por una joven de dieciocho años y un chico de dieciséis que pertenecían a otra esfera. La multitud de niños ocupaba la mitad desheredada de la mesa, aquella en la que ni siquiera había pan. Era evidente que tenía asignado, si no mi propio sitio, sí al menos un espac

La Gran Muda» es una expresión utilizada en territorios francófonos para designar al ejército, debido a que antiguamente sus miembros no tenían derecho a voto, e incluso hoy día tienen teóricamente prohibido expresar sus opiniones sobre temas sociales y políticos delicados. (N. del T.)

Igual que cientos de niños y niñas, había sido reclutado durante la larga marcha. Todos estaban convencidos de que ya eran inmunes a las balas. Cuando les tocaban, ellas se convertían en gotas de agua y ellos en simbas, leones en suajili

No me habría permitido llevarle la contraria a Sartre y a su «El infierno son los otros», simplemente creo que el infierno me gustaba.

Me fiaba de Jacques, hombre de experiencia, para determinar una técnica de aproximación. Se quedó inmóvil como yo, atónito por el oleaje de gracia y vitalidad que fluía del colegio. Media hora más tarde, ya no quedaba nadie

No me habría permitido llevarle la contraria a Sartre y a su «El infierno son los otros», simplemente creo que el infierno me gustaba.

–¡Si supieras hasta qué punto me falta tener un padre!

–Te equivocas. Yo tengo un padre y tampoco es que me ilumine.

­cer su papel.

–¡Si supieras hasta qué punto me falta tener un padre!

–Te equivocas. Yo tengo un padre y tampoco es que me ilumine.

En el tren de regreso, intenté leer aquel regalo. La infancia tiene la virtud de no intentar responder a la estúpida pregunta: «¿Me gusta?» Para mí se trataba de descubrir.

Lo que me había salvado no era solo el buen consejo de Donate, sino también descubrir que alguien se preocupaba por mi suerte. No estaba solo en este mundo.