El miedo a enloquecer, que a veces consigo dominar a duras penas, se ha desatado y se ha apoderado de mi estómago hasta convertirse en una náusea física que ni siquiera me ha permitido desayunar.
»Lo admito: estoy asustada, asustada y paralizada. En primer lugar, supongo, temo por mí… Es el instinto de supervivencia primitivo. Pero, además, lo que ocurre es que vivo cada instante con una terrible intensidad.