en aquel tiempo, el ocho. Era pésimo, horroroso. Nunca pude ni siquiera llegar a la sombra de la sombra de la sombra de lo que yo mismo me veía hacer mientras soñaba. De noche era brillante. Yo pensaba: qué cosa extraña, me duermo y soy una estrella como nunca se vio, un mago de la pelota, un poeta del fútbol, y después —de día— ¿cómo puedo ser tan bestia? Y era nomás, no había manera. Escribí el libro por eso: por un lado es una necesidad de expiación, y por otro esa indignación ante el vacío de fútbol en la literatura contemporánea y en los libros de historia