PARA qué incurrir en historia,
de qué vale acariciar el pan de ayer,
con un resplandeciente dedo de lágrimas
su miga manejada.
El aire de hoy recibe las azaleas nuevas,
cuando el pétalo usado, el perfume ya triste,
mueren sin sitio.
Todo tiene su norma de olvido,
su organizada tumba y el silencio de orden.
Todo camina al día y como un musgo
se propaga en amor hacia la tarde.
Sólo yo, vestíbulo de sombras,
asilo los despojos en mi sangre
para que tiemble como un laúd de sal
y aún sobrevivo.