Supongo que hay un momento en el que todos perdonamos a nuestros padres, no importa lo que hayan hecho. Y ese momento llega a veces con frialdad, a veces con un dejo de ternura. El instante en que nos damos cuenta de que estamos igual de rotos que ellos, que también hemos cometido muchos errores y, más aún, que nunca hemos sabido quiénes son. Los hijos siempre navegamos esa superficie e intuimos solo algunas cosas. Muy pocas. Hay un momento en que ya no queremos echarle la culpa a nadie y el futuro se mira con un poco menos de miedo.
Quizás.