En 1988, en el barrio Chapinero, en Bogotá, el abogado ipialeño Luis Eduardo Lucero, a sus 31 años de edad, se convirtió en uno de los primeros falsos positivos que tan comunes se volvieron en Colombia. Su familia, la Universidad del Rosario y quienes lo conocieron y respetaron iniciaron una campaña para, al menos, limpiar su nombre, pues la Policía lo había presentado como integrante de una banda que iba a asaltar Antigüedades Cancino. Ahí nace la tercera novela del escritor colombiano Javier Correa Correa, Muerte en el anticuario, quien con rigor periodístico reconstruye lo sucedido, en una mezcla con la ficción de decenas de historias encriptadas en las letras de libros viejos o reflejadas en espejos con olor a rancio que se guardan en los almacenes de antigüedades.