Mi caso es un ejemplo extremo del fenómeno de la discontinuidad –la tendencia a recomenzar a cada rato– de buena parte de mi generación. Recuerdo el comentario de Ricardo Piglia, que ironizaba aludiendo al hecho de que a los 36 años era presentado como un escritor de la joven generación. Vivir en un país que se mueve a los tumbos se resuelve con frecuencia en esta manera de crecer, que no es sólo mía, en el que las cosas se hacen a destiempo, con la sensación de haber pasado “días enteros en las ramas”