Me puse a pensar en por qué querría escribir, era algo en lo que reflexionaba a menudo, en por qué tanta gente tan heterogénea, tan alejada aparentemente de la literatura, creía que quería escribir. El deseo de escribir, qué impulso más irracional, como el amor, e igualmente, como en la consumación del amor, al escribir el resultado era casi siempre una decepción, aquello que se intuía resultaba imposible de plasmar; cuando mucho, la búsqueda devenía hallazgo, un estilo que terminaba por convertirse en fórmula, saciedad, repetición, literatura convencional, complaciente consigo misma, como el amor pequeñoburgués; quizá en el fondo el único amor genuino por la literatura fuera el que mantenía el deseo de escribir sin consumarlo, quizá la verdadera prueba de amor por la literatura fuera negarse a escribir, elegir permanecer enamorado de la literatura antes que convertirse en escritor.