En medio de la sordidez un pibe mata al padrastro a palazos. Así se inicia esta novela, de inmediato ambos, el pibe y la novela, huyen de la hiperinflación del realismo para entrar al entresueño de la noche. La fantasía, escuálida al principio, engorda frase a frase desde que entran a la casa del ser de los hermanos Iparralde. El edificio sonámbulo es una plataforma sin cimientos en permanente retoque por el poder anómalo de las mentes univitelinas de los presuntos nietos de Borges. Del hogar que parodia el ideal sarmientino con resultados lisérgicos, donde se mixturan la razón con el disparate, el cuarteto (novela, pibe, gemelos) saldrá con las patas para adelante, no sin antes realizar la gran tarea pedagógica: lograr que el muchacho rebase la desgracia emergiendo su cabeza de la resistencia ignorante y violenta a un espacio extra que siempre le pareció tan lejano como las estrellas y sin embargo estaba ahí, en lo vibracional de la invención.
En la larga espera de una especie de aduana cósmica el grupo se entretendrá meditando sobre el peor de los inciertos avatares que le puedan ocurrir al hombre.
La existencia humana como alucinación y el punto olivina y los cordones de zapatos invitan al lector a perderse en sus páginas, a intuir dónde está parado pero a no tener la menor idea de hacia dónde va.