Cuando el adversario es de verdad malvado
Por supuesto, hay situaciones en las que el oponente representa lo que solo se puede considerar malvado. La ficción criminal en particular se ocupa de la codicia, la violencia, la corrupción, la lujuria por el poder absoluto, la indiferencia ante la desgracia, la seducción de la crueldad. ¿Cómo puede nada de eso considerarse bueno? Y no hay bastante barra de labios en el mundo, por muy densa ni mucho que se unte, que pueda maquillar la violación, el genocidio o el linchamiento.
Pero los legisladores sureños y los buenos chicos que aterrorizaban a los negros; las tropas de las SS que desarraigaron a bolcheviques, gitanos, homosexuales y judíos; incluso el don nadie que aterroriza a las mujeres, todos tienen madre, como dice el refrán. A menudo pueden explicar y justificar lo que hacen, aunque nos repela. Disfrutan de una cama y una comida caliente, pueden sentir el sol de primavera en la piel y oler la hierba recién cortada.
Un oficial de policía amigo una vez me confió que nunca había pensado que los criminales que arrestaba fueran muy distintos de él; la mayor diferencia era que él sabía que tenía futuro, y que podía imaginarse sus años de vida aún distantes, mientras que la mayoría de los jóvenes a los que encarcelaba preveían apenas un par de horas por delante. Lo más aterrador del mal no es que sea monstruoso, sino que sea tan reconociblemente humano.