Por el lado del software, la construcción de modelos para procesar lenguaje natural y visión artificial consume enormes cantidades de recursos energéticos, y la competencia por producir modelos más rápidos y eficientes ha impulsado métodos computacionalmente codiciosos que expanden la huella de carbono. Desde los últimos árboles en Malasia, cosechados para producir látex para los primeros cables submarinos transatlánticos, hasta el gigante lago artificial de residuos tóxicos en la Mongolia Interior, rastreamos los lugares de nacimiento, tanto ambientales como humanos, de las redes planetarias de computación y vemos cómo siguen terraformando el planeta.