Rubiño ha heredado una fortuna de Quincas Borba. Se apresura a dejar su ciudad natal para vivir cómodamente y ocioso en una playa de Río de Janeiro.
El testamento, para cumplirse, indica que Rubiño debe ocuparse del perro del muerto, que también se llama Quincas Borba.
Después de algunas vicisitudes amorosas y empresariales, Rubiño empieza a dilapidar su fortuna en agasajos a amistades nuevas y veleidosas.
Cuando sufre algunos ataques de delirio, el aprovechado comerciante Palhas lo interna en un sanatorio, de donde escapa.
Rubiño puede perderlo todo, menos a Quincas Borba, el perro que lo acompañará hasta el final.