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María Fernanda Ampuero

Sacrificios humanos

  • Maria gabriela Cruz rodriguezцитирует18 часов назад
    ¿Crees que tu historia es digna de un libro pero no sabes cómo contarla? ¡Llámame! ¡Yo escribiré tu vida!
    No pensé que ese mensaje, con sus signos de exclamación, fuera a interesarle a nadie.
    A la hora sonó mi teléfono. Número desconocido.
    –Tengo una historia que el mundo debe conocer.
    Se llamaba Alberto. Dijo que vivía en un pueblo del norte, que pagaría lo que le pidiera, que no podía darme más detalles por teléfono y que tendría que viajar al día siguiente si me interesaba el trabajo.
    Después de un silencio que ninguno rompió, pedí mucho dinero porque esa voz me daba miedo, porque tendría que atravesar un país que no conocía y porque pensé que pagar esa cifra a una desconocida, a una extranjera desconocida, lo haría desistir.
    –En este momento te envío una parte.
    El que dejara de tratarme de usted me asustó. Esa familiaridad que a veces adoptan los hombres mayores y que no sabes si es porque te ven como a una hija boba, porque te quieren meter mano o por ambas cosas.
  • compinchasacra2zцитируетпозавчера
    Las mujeres desesperadas somos la carne de la molienda. Las inmigrantes, además, somos el hueso que trituran para que coman los animales.
    El cartílago del mundo. El puro cartílago. La mollerita.
  • compinchasacra2zцитируетпозавчера
    nadie llamó a la policía porque en ese barrio todos sabían que lo que de verdad castigaba la policía era estar sin papeles, no ser violador.
  • compinchasacra2zцитируетпозавчера
    que dejara de tratarme de usted me asustó. Esa familiaridad que a veces adoptan los hombres mayores y que no sabes si es porque te ven como a una hija boba, porque te quieren meter mano o por ambas cosas.
  • Milton Ortizцитирует14 дней назад
    Saco la grabadora y repito sus nombres como si estuviera rezando un rosario. Repito sus fechas de nacimiento, sus orígenes, la fecha de llegada al país, las describo lo mejor que puedo. Aprieto cada pasaporte un ratito contra mi corazón enloquecido.
    Véanme, véanme. Y escúchenme. Pronunc
  • Milton Ortizцитирует14 дней назад
    Una extranjera sola que es como un venado que es como un bebé que es como una carnecita del dedo que se arranca sin dificultad y se mastica y se escupe. En medio del bosque, en la casa del terror, escuchando el ladrido enfurecido de unos perros, me pongo a llorar como no he llorado en mi vida.
  • Milton Ortizцитирует14 дней назад
    Imaginé que rompía el vidrio, destrababa la puerta y me violaba y me mataba en ese suelo repugnante, donde flotaban cosas que parecían pelo, que parecían coágulos.
    Quise d
  • Milton Ortizцитирует14 дней назад
    Dios no ama, los hombres matan, la naturaleza hace llover agua limpia sobre los cuerpos ensangrentados, el sol blanquea los huesos, un árbol suelta una hoja o dos sobre la carita irreconocible de la hija de alguien, la tierra hace crecer girasoles robustos que se alimentan de la carne violeta de las desaparecidas.
  • Milton Ortizцитирует14 дней назад
    Aquí no me escucharán gritar.
    Aunque me estallen las cuerdas vocales, aunque grite hasta desgarrarme por dentro, no me escucharán. Nada más los árboles, el bello cielo de invierno, pero bajo los árboles y bajo los cielos más hermosos ocurren cosas espantosas y ellos siguen ahí, inconmovibles, ajenos, suyos.
    Las que se comieron las hormigas, las que ya no parecen niñas sino garabatos, las muñecas descoyuntadas, las negras de quemaduras, los puros huesos, las agujereadas, las decapitadas, las desnudas sin vello púbico, las despellejadas, las bebés con un solo zapatito blanco, las que se infartan del terror de lo que les están haciendo, las atadas con su propios calzones, las vaciadas, las violadas hasta la muerte, las aruñadas, las que paren gusanos y larvas, las mordidas por dientes humanos, las magulladas, las sin ojos, las evisceradas, las moradas, las rojas, las amarillas, las verdes, las grises, las degolladas, las ahogadas que se comieron
  • Daniela Castilloцитирует2 месяца назад
    Cuando ese hombre se la cogía, ella sentía que había nacido para abrirse ante él, que los músculos de sus piernas se habían constituido nada más para apretarse contra su espalda flaca y succionarlo cada vez más dentro, como un tornado, más dentro, como una casa.
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