Salían a hacer la compra, asistían a eventos, él hablaba y ella contestaba, y mamá, otra vez, dejaba que se le pudrieran en la barriga, como un hijito contrahecho, fallido, las ganas de llorar y de gritar. La casa entera se llenó de algo tóxico, un vertedero. Lo de papá ocupaba todo el oxígeno disponible y nosotras respirábamos bajito, pegadas a la pared, en las esquinas, pequeñas dosis de algo mortífero.