Hay un ejercicio de meditación que consiste en mirar el dolor de frente, a los ojos, sin huir de él ni renunciar a él, hasta que se extinga o hasta que sea él quien nos esquive. Los estómagos es eso mismo. Los estómagos es el hogar que ha sobrevivido sereno a la tempestad, un templo donde las leyes de la naturaleza siguen su curso: aquí la gaviota picotea las cuencas de los ojos del cordero que yace, el padre come carne, la araña atrapa a la cucaracha y le hace un vestido de huesos blancos, el cáncer común destroza al cuerpo porque la enfermedad anida en nuestros espejos. Los estómagos también son mantras que suenan como un susurro porque las grandes verdades se hablan en voz baja. Buda llamaba brahmana a quien está despierto, conoce la destrucción y el retorno de los seres, cruza el camino fangoso y alcanza la otra orilla. Brahmana es también la persona que narra Los estómagos y cuenta su travesía a la otra orilla para ver la luz y atraparla. Por eso Los estómagos es claridad y por eso Los estómagos está, después de todo, lleno de vida. O como expresó Reinaldo Arenas: Voluntad de vivir manifestándose.