La tempestad

Ah, si eres doncella,

y a nadie has dado aún tu corazón,

yo te haré reina de Nápoles

Mala peste a tu lengua

Llegó la hora. El instante

te manda abrir oídos. Obedece

y préstame atención.

naturaleza produciría de todo

para todos sin sudor ni esfuerzo. Traición,

felonía, espada, lanza, puñal o máquinas

de guerra yo las prohibiría: la naturaleza

nos daría en abundancia sus frutos

para alimentar a mi pueblo inocente.

En mi Estado lo haría todo al revés

que de costumbre, pues no admitiría

ni comercio, ni título de juez;

los estudios no se conocerían, ni la riqueza,

la pobreza o el servicio; ni contratos,

herencias, vallados, cultivos o viñedos;

ni metal, trigo, vino o aceite;

ni ocupaciones: los hombres, todos ociosos,

y también las mujeres, aunque inocentes y puras;

ni monarquía...

En mi Estado lo haría todo al revés

que de costumbre, pues no admitiría

ni comercio, ni título de juez;

los estudios no se conocerían, ni la riqueza,

la pobreza o el servicio; ni contratos,

herencias, vallados, cultivos o viñedos;

ni metal, trigo, vino o aceite;

ni ocupaciones: los hombres, todos ociosos,

y también las mujeres, aunque inocentes y puras;

ni monarquía...

Aquí hay de todo para vivir.

te daba las palabras

para expresar las ideas. Pero, a pesar

de que aprendiste, tu vil sangre repugnaba

a un alma noble.

me dabas agua con bayas, me enseñabas

a nombrar la lumbrera mayor y la menor

que arden de día y de noche.

Tengo que comer. Esta isla

es mía por mi madre Sícorax,

y tú me la quitaste. Cuando viniste,