El libro de las costumbres rojas

DIME CON QUIÉN ANDAS

casi cualquier planta puede ser denominada una hierbamala si prolifera en un terreno no destinado a cultivarla.

Era tan diminuto el paso que había dado entre la vida y la muerte que apenas era un límite, no costaba cruzarlo.

O, quizá, mi madre con su vida, con su muerte, me enseñó que los límites no existen

Quizá todo sitio peligra cuando nadie lo ve, pensó, el mundo necesita un testigo, al menos uno, para existir o haberlo hecho

Lo imaginó entonces como un perfecto desconocido. ¿Qué pensamos de él?, se preguntó.

Quizá eso me gusta, el sonido vacío, una caja en la que cabe cualquier cosa.

Poco a poco, el mundo se apaga: cada nombre es una luz que ilumina la cosa y esas luces se extinguen. Ser mudo es también, en cierta forma, ser ciego.

Dejarlo ir, pensé, déjalo ir, como si hacerlo no fuera también y sobre todo dejarse ir a uno mismo, negar una parte de lo que uno fue y ha dejado de ser.

¿Qué son las palabras sino eso, una alteración física, una forma muy leve de tocar a los otros?

Cinco monedas de plomo que un adulto deja caer sin deseos a una fuente.