Los cincuenta mejores soldados griegos fueron seleccionados para ocultarse en el caballo. Pero llevan seis horas dentro de la colosal estructura, y las cosas no han ido nada bien. El primero en desaparecer fue Antímaco, así que Odiseo envió dos hombres a buscarlo en la cola o en los sótanos de las patas. Como no regresaron, el comandante ordenó a otra pareja de guerreros que fuese a averiguar qué ocurría. Y así, uno tras otro, todos los valientes soldados han ido desvaneciéndose en la oscuridad de las entrañas de madera. Ahora solo queda Odiseo, que hace un rato ha descubierto una insólita y viscosa cáscara de huevo en una galería; después, el cuerpo sin vida de Áyax el Menor, con un agujero del grosor de un puño atravesándole el pecho; por último, a Menelao, con la cara corroída por algún espeso veneno. Y hace unos segundos, no hay ni que decirlo, ha oído un leve crujido a su espalda.