Vivimos inmersos en una geografía de la muerte, tan desigual como cambiante, que afecta a las mexicanas y los mexicanos de maneras muy diferentes, de acuerdo a la región en que viven, a su condición social, a su género, a sus preferencias sexuales, a la lengua que hablan: mientras algunos disfrutan todavía de una relativa seguridad, otras y otros sobreviven bajo la sombra permanente del asesinato, del secuestro, de la desaparición.