La Madre se inclinó sobre la mesa y me miró fijamente, hasta que su rostro ocupó ocho bloques, dejando libres solo los bloques periféricos para la cascada, y por un momento me pareció que su expresión variaba entre un bloque y otro. En uno, por ejemplo, sus ojos reían con crueldad, pero en el contiguo rebosaban tristeza. Los ruidos de la cascada, los niños y los perros se desvanecieron en el silencio para dejar paso a lo que fuera que la Madre estaba a punto de decir.